domingo, 5 de julio de 2015

{ ya no }

Recuerdo aquel día. Sé que lo supe en cuanto le vi. Sabía que traía consigo nuevos amaneceres escondidos en esos ojos marrones que gritaban haber llorado ya lo suficiente, y que esos amaneceres los compartiría conmigo. Recuerdo que me gustaron sus reflejos cobrizos y el brillo inocente que guardaba en la mirada. Creo que por eso me atreví a compartir con él mi hamburguesa, mi sonrisa. Bajamos caminando entrelazados y entre risas y boberías le anticipé mis intenciones. Supongo que fue por eso que luego en un arrebato de locura decidimos arriesgarnos y congelarnos juntos en el mar, fue por eso que se acercó el pasado intuyendo lo que había, porque ese día y sin darnos cuenta algo cambió. Sé que cambió porque no tardé en buscarle, porque él, diga lo que diga, no tardó en responder. Después de eso todo salió rodado, como si tuviera que ser. Caminata, playa, plaza, imprenta, parque, paseo, casas, pizza, manitos, cerveza, beso y así hasta llegar a aquel día en la playa. 

Creí que moriría de amor a tu lado cada día desde entonces. 

Eso creí. Quien me diría a mi que apenas 16 meses después estaría ya cansada. Cansada de ver como voy descendiendo puestos en su orden de prioridades. Allí donde al principio era capaz de fugarse conmigo una semana del curso a lo bonzo con tal de poder pasar tiempo a solas, donde salir de noche no era un problema siempre que yo estuviera segura, donde la intimidad se repartía por igual, donde no pasaba un 7 en que no estuviéramos juntos, donde no había quien nos soltara las manos daba igual el lugar, donde cada día juntos era motivo de alegría, una nueva aventura juntos, allí donde al principio hubiese jurado que estaría a mi lado si le necesitaba, ahora no veo más que soledad.

Sé que he estado ocupada, pero sé también que por media hora con él, movía montañas si hacía falta y al principio él también. No sé que cambió. Supongo que la seguridad de tenerme a su lado le hizo confiar en que no me movería de allí, dejó de compensarle el esfuerzo al tiempo que mis exigencias cayeron en picado, fui pasando cosas por alto dando por hecho que en algún momento el cincuenta/cincuenta se restauraría, sin darme cuenta de que pedía menos cada vez justificando lo que obtenía.

Y supongo que fue por ello que cuando necesite algo más, él tenía cosas más importantes que hacer, estaba ocupado, estaba casado, no le apetecía o no le daba tiempo. 

Y recuerdo que le dije hace tiempo que a veces también me apetecía ir a la playa, ponerme morena y que viniera conmigo; me apetecía que él también viniera a casa a comer dos días a la semana; que se leyera algún libro mío de los que me gustan; que bebiéramos cerveza francesa y fuesemos a donde siempre; me apetecía sentirme satisfecha hasta en el último de mis poros; que compráramos helado de tarta de queso o comer tarta de zanahoria; que bajara a mi universidad cuando tuviese un rato entre clases; me apetecían fotos, miles de fotos con las que recordar momentos que ya no volverán; me apetecía que se quedara a dormir aunque solo fuese un día. 

No sé si de algo sirvió.
Al fin y al cabo solo pasó el tiempo. 

Así fue como nunca me dijo que me amaba, como dejó de decirme que me quería, dejó de darme los buenos días como la princesa que creía era para él, fue como dejó de buscar mi mano por la calle, como dejamos de salir por las noches, como no hemos vuelto a pasar un día entero juntos desde hace meses, como dejó de acordarse de las fechas, como tuve que pedirle por favor que estuviera conmigo el día en que ella murió.

Creo que eso fue lo que más me dolió. Fue un puñetazo en el corazón. 

Ahora siento que mi orden de prioridades también ha cambiado. Primero: tengo que reconstruirme por haberla perdido, segundo: ser fuerte y levantarme cada día para ayudar a mi madre, tercero: aceptar que mi hermana vuelve a estar enferma, cuarto: comprender que mi padre no aprenderá el significado de esa palabra, quinto: sacar adelante el curso y mis obligaciones cuando todo lo que quiero hacer desaparecer, sexto: trabajar en aquello que me distrae de todo lo anterior, séptimo: la gente que no me ha fallado todo este tiempo y que cada día se preocupa porque pueda con todo, octavo: él y seguir adelante con lo que tenemos esperando que vuelva a ser lo que teníamos.

Y la verdad es que no sé que hacer. No quiero esforzarme más. No tengo porqué ver como sigue ahí esperando a que grite para darse cuenta de que me está doliendo y que sea entonces cuando deje de apretar. No he podido gritarle más alto.

He perdido la fe y la ilusión con la que quería que esto siguiera creciendo. He bajado la escalera y me he encadenado al sótano. Mi cincuenta se ha quedado en cero. No pienso subir, no quiero subir. Prefiero sentirme sola porque estoy sola a sentir que estoy sola aún cuando pensaba que le tenía a él. 

Y siento que ya no depende de mi. Ya no.

No hay comentarios: