domingo, 12 de enero de 2014

{ caminante no hay camino }

La vida es un eterno camino. Transcurre a medida que uno empieza a ser consciente de que ha de tomar sus propias decisiones, trazando una senda que le aproximará o le alejará de aquello que había elegido como su destino soñado, del fin del recorrido. 

Desde que nací fui andando por un camino marcado por otros que, a pesar de lo que pudiese haber pensado, siempre buscaban lo mejor para mi. Con el paso de los años he conseguido ir dejándolo despacito para poder por fin caminar sola, intentando encontrar aquel que de verdad le guste a mis pies, aquel que alimente mi alma con sus paisajes y me haga seguir creciendo hacía mis expectativas. He recorrido todo tipo de senderos desde entonces y muchas veces sin saber por qué lo hacía, olvidando incluso los objetivos que me iba marcando a mí misma. Llegué así al camino por el que he estado andado desde hace un tiempo a esta parte.

Mi camino era bueno, largo hasta perderse en el horizonte, no era perfecto pero tampoco esperaba que lo fuera. Desde el principio me gustó más que ningún otro camino que hubiese recorrido antes a pesar de que necesité desviarme en diversas ocasiones, y es que a veces se me hacía muy duro seguir en medio de largas tormentas. Por ello, me paraba a mirar el recorrido que habían hecho mis pies hasta que volvía a encontrar otra vez motivos suficientes para reanudar la marcha. Pero algo pasó esta última vez que decidí parar. Miré a mi alrededor y me sentí indefensa como nunca antes, la seguridad ya no movía mis pasos y me di cuenta de que lo único que hacía era dar vueltas en círculos hasta perderme siempre en el mismo punto. Pude verme entonces con las manos lastimadas por intentar una y otra vez apartar la maleza para hacerle llegar así un poco de luz, con la mirada perdida en busca de mis propios pasos para intentar retroceder, y con los ojos inundados en llanto por el miedo a darme cuenta de que ya no sabía seguir. Había empezado a llover otra vez.

Me hice un ovillo en el suelo. Suele funcionar cuando necesito pensar con claridad y me veo saturada por todo aquello que me rodea; me ayuda a aislarme de lo que sucede a mi alrededor, respiro más profundo y puedo pensar con más claridad durante días; es casi como ivernar. Dejó de llover, pasadas semanas, y se despejó entonces un nuevo camino desde el cual lograba vislumbrar cuatro senderos. Los miré a todos y cada uno de ellos sin saber muy bien lo que hacer. No quiero mirar atrás de nuevo teniendo dudas aún, por ello creo que en el fondo, y no tan en el fondo, ya me he decidido. Ahora me queda esperar a que mis piernas empiecen a sentir la confianza y el calor necesarios para levantarme después de este corto pero intenso invierno, sólo entonces echaré a andar por alguno de ellos, procurando esta vez no perder nunca de vista el horizonte, con el paso firme y la cabeza alta, cediendo el sitio de los miedos a una esperanza y una ilusión renovadas.

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